lunes, 2 de septiembre de 2013

Reforma energética: Esbozo de una crítica radical (Primera parte)

La iniciativa privada y el mito de su necesidad: el legado perverso de la reforma energética.

La iniciativa de reforma energética presentada por Enrique Peña Nieto ha despertado la animadversión de amplios y heterogéneos sectores de la población. Es, por supuesto, un exceso de ingenuidad suponer que no hay sino neutralidad y altruismo tras esta iniciativa. Hasta ahora se le han opuesto toda una serie de reproches, desde acusaciones relativas a la profanación de la soberanía nacional, hasta recriminaciones por mancillar el legado de los héroes nacionales. Algunos de ellos apelan a la santidad de la tradición o la patria, mientras que otras oponen endebles argumentos económicos. Tal es la precariedad de muchas de estas censuras, que pareciera que la iniciativa en cuestión es un enemigo imbatible en los marcos de la razón. Pero la oposición a esta reforma no puede reducirse a reproches pasionales que se autovalidan o a especulaciones económicas débilmente sustentadas. La serie de artículos que ahora presentamos tienen como finalidad contribuir a la elaboración de una crítica radical.

En esta primera parte nos ocuparemos de la que nos parece una de las secuelas más perniciosas de la iniciativa de reforma, a saber: la promoción del mito que proclama al capital privado como una condición necesaria para la generación de riqueza. Según este mito no hay actividad redituable que se pueda emprender sin la distinguida participación de la iniciativa privada. A través de él se opera silenciosamente el triunfo de ese pensamiento único que niega toda alternativa: aquel que hace de las relaciones capitalistas de producción la única solución viable para el desarrollo de la humanidad.

La idoneidad de la inversión privada se explica por la incompetencia de su contraparte estatal. El sector energético estatizado se encuentra mortalmente condenado a la improductividad mientras sea el Estado el único actor facultado para invertir. Se trata en apariencia de una enfermedad incurable, de una sentencia irrecusable que condena a las relaciones de producción no capitalistas al fracaso ineludible. Pero no todo está perdido. Existe por fortuna una cura para tan letal padecimiento. Y es que al amparo de la inversión privada, de su sana e inerrable audacia emprendedora, la riqueza deja de ser una utopía para instalarse en el mundo real. Son particularmente dos las ventajas que sólo a ella pertenecen, y que la iniciativa de reforma resalta:

Por un lado, la realización eficaz de toda actividad económica exige la participación de inversionistas privados. Por ejemplo, no hay nadie más acreditado para el desarrollo de tecnología adecuada que ellos. La divina providencia ha bendecido a sus hijos pródigos con ese don, tan envidiable como escaso, que permite al hombre ver más allá de las tinieblas. Es su sapiencia, su ingenio sin parangón, su lúcida imaginación, la luz que les permite adelantarse a la miopía estatal. Mientras el torpe Estado es incapaz de realizar eficazmente actividades productivas y de desarrollar tecnologías oportunas, la inteligencia innata a la iniciativa privada le permite desarrollar todas las herramientas necesarias para acometer exitosamente cualquier empresa.[1] Sin su participación, la exploración profunda no sería más que una quimera y los yacimientos de gas shale permanecerían inaccesibles al ser humano.

Por otro lado, la iniciativa privada tiene a su disposición una cantidad casi inagotable de recursos. Frente a las finanzas del Estado, tan exiguas como insuficientes, el capital privado es capaz de realizar las inversiones millonarias que el desarrollo económico necesita. Abandonado a su propia suerte, el sector energético no remontará su presente condición improductiva a menos de que los inversionistas privados hagan uso de su generosidad y de su capital.[2] La improductividad merma los bolsillos del consumidor a través de tarifas exorbitantes, y únicamente el capital privado puede rescatar a los mexicanos de esos pagos desproporcionados. Por si fuera poco, los inversores privados enfrentan valientemente el riesgo que tales gastos representan. La exploración profunda no es una labor sencilla; no existe plena certidumbre de que la inversión sea plenamente recuperada. A la lista de méritos de la iniciativa privada se suma la audacia de hacer frente a la incertidumbre y afrontar riesgos económicos que equivalen a apuestas millonarias. Sólo quien goce de una liquidez tan holgada es capaz de tal proeza. Es por ello que la contribución de los capitalistas se muestra como un requisito forzoso.

Según esta lógica, la lucidez y el capital de los privados son la auténtica garantía para la ejecución eficaz de las actividades productivas y la consiguiente generación de ganancia. Sin el capitalismo la humanidad está destinada a arrastrarse entre la miseria. Pero, ¿qué tan serio es este razonamiento que se pretende autoevidente? ¿Hasta qué punto en realidad esta exposición disimula su carácter ideológico? ­¿Es la “solución” propuesta por el Gobierno Federal tan ajena a las ideologías como sugiere su Secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong[3]? No han sido pocos quienes han puesto en entredicho la supuesta necesidad que ata indisociablemente la eficaz generación de ganancia y las relaciones de producción capitalistas. Para motivos de este trabajo, bastará tan sólo con ofrecer algunos contraejemplos para demostrar la precariedad de esta argumentación.

En cuanto a la sapiencia infalible de la iniciativa privada los ejemplos no son pocos. Basta con considerar dos casos ocurridos en años recientes, los cuales exhiben en proporciones aterradoras la potencial ineficacia del actuar de los capitalistas. A saber:

-El ecocidio provocado en 2010 por el manejo irresponsable de la situación desencadenada a raíz de la explosión y el hundimiento de la plataforma Deepwater Horizon. Las omisiones de British Petroleum y sus contratistas no sólo resultaron en el derrame de millones de litros de petróleo en el Golfo de México; también significaron un duro golpe para los sector turístico y pesquero, así como la pérdida irreparable de 11 vidas humanas y de miles de animales de otras especies.
- El manejo temerario e indolente por parte de TEPCO de la crisis nuclear en Fukushima. Si bien esta catástrofe cuenta entre sus causas directas el terremoto de Tōhoku, las reiteradas omisiones de TEPCO en materia de seguridad agravaron la compleja situación inicial. Así lo constato la comisión ad hoc nombrada por el parlamento japonés. El desastre nuclear hasta la fecha tiene en vilo al mundo entero, pues aún son liberadas al mar cantidades considerables de material radioactivo. 

Ambas empresas privadas, actores destacados en el sector energético (la primera en materia de hidrocarburos y la segunda en la producción de energía eléctrica), han ocasionado afectaciones a miles de seres humanos y al medio ambiente. Su terca ambición por incrementar sus ganancias a costa de la reducción de costos fue una de las principales causas de los desastres. Esta ambición ha sido un compañero recurrente de las empresas privadas a lo largo de la historia.

Tenemos entonces que la eficacia no sólo no es una característica inherente a las relaciones de producción capitalistas. La producción eficaz es apenas un resultado contingente. En este mismo sentido, la inversión privada en el sector energético no se ha mostrado indefectiblemente redituable sino que inclusive ha  redundado en enormes desastres y en la dilapidación de recursos tanto económicos como naturales.

Aún más, la pretendida torpeza del Estado también resulta particularmente sospechosa. Una de las razones para legalizar los contratos en materia de exploración y extracción entre el Ejecutivo federal y las empresas privadas, es la superioridad de la tecnología de las segundas sobre la del primero.[4] Sin embargo, esta pretendida superioridad es históricamente falsa. En los EUA, la NASA, una agencia del gobierno estadounidense, es la responsable del programa de investigación en materia aeroespacial y de aeronáutica, así como de toda la tecnología que de él emane. No es necesario subrayar que los frutos de este programa no son desarrollos menores. De la misma forma, el estatismo integral soviético logró diseñar la tecnología necesaria para mandar al primer ser humano al espacio exterior. En resumen, desarrollos tecnológicos de primera categoría han sido conseguidos por actores ajenos a la iniciativa privada. No hay nada consustancial a ésta que ligue necesaria y exclusivamente al capitalista con la innovación ni con la eficacia.

Procuremos ahora ahondar en la supuesta necesidad que liga indisolublemente la obtención del capital necesario para el desarrollo del sector energético con la intervención del sector privado. Por un lado, los defensores de la propuesta de reforma suponen que la entrada de capital privado es una condición necesaria para inyectar recursos al sector energético. Pero hasta los tecnócratas priistas de mayor jerarquía coinciden en que reformando el régimen fiscal de PEMEX es posible concretar una nueva administración de las finanzas de la paraestatal y poner a su disposición una mayor cantidad de recursos.[5] Además, al igual que cualquier empresa privada, PEMEX podría acceder por distintos mecanismos a algún crédito que le permitiera financiar aquellas actividades que eventualmente reportaran los réditos necesarios para saldar cualquier empréstito. Y sin embargo, pese a las confesiones de los mismos promotores de la reforma, se insiste con obstinación en la idoneidad de la intervención de los inversionistas privados.

En términos más simples tenemos que:
 (A) Lo que la industria petrolera necesita es capital;
 Entre otras opciones, ese capital se puede obtener:
 (B) Reformando el actual régimen fiscal de PEMEX;
 (C) Contratando créditos;
 (D) Cediéndole al capital privado la explotación de la fuerza de trabajo en ciertas ramas del sector energético.
 La lógica más simple nos indica que para llegar a A no es necesario D, sino que el mismo resultado es posible por intermediación de B y/o C.

Por lo tanto, no es absolutamente necesaria la intervención del capital privado en el sector energético para conseguir los recursos que esta industria exige para ser rentable. Ni los contratos ni las concesiones son imprescindibles. Tal como rezan los spots del Gobierno Federal –los cuales afirman que la participación privada es necesaria para desarrollar el sector energético– su argumentación se revela como falaz.

En suma, tal y como se ha argumentado a favor de esta reforma, este discurso abona al mito que confunde la necesidad en el acontecer social con ciertos sucesos contingentes. Se pretende que la participación del capital privado es una condición necesaria para la generación de riqueza. Partiendo de esta premisa, las relaciones de producción no-capitalistas son condenadas al fracaso; cuando menos a papeles menores. El capitalismo, junto con la explotación del trabajo asalariado que le es consustancial, adquiere el privilegio de lo imprescindible.  De esta forma, modificar el marco jurídico que regula la participación de la iniciativa privada en PEMEX no sólo significa abrir a los capitalistas nuevos mercados, sino que contribuye a inseminar en el imaginario colectivo el germen del pensamiento que no conoce alternativas (el codiciado “There Is No Alternative” de Thatcher), y que reconoce en el estado de las cosas la condena que ha de cumplirse de forma inequívoca. La victoria del capital no es sólo económica, sino eminentemente ideológica.

Colectivo Ernesto Guevara



[1] Atención: esta lógica implacable que niega al Estado la capacidad de innovar no sólo se adecua a Pemex y a la CFE, sino que también amenaza con ajustarse a todas las instituciones públicas donde se realiza investigación: UNAM, IPN, UAM, CONACYT, INIFAP, etc.
[2] Hay quienes sugieren que, en general, ese capital no se originó por gracia divina ni apareció milagrosamente en manos de los capitalistas, sino que fue amasado a costa de la explotación del trabajo asalariado, del despojo a mansalva y de otros mecanismos menos loables. Pero por fortuna la ciencia oficial ha desterrado tales teorías al baúl del olvido y ha eximido a los capitalistas de toda culpa.
[3] “El gobierno de Peña pide aprobar reformas al entregar su Primer Informe.”, CNN México [En línea], 1 de septiembre de 2013 [fecha de consulta: 2 de septiembre de 2013]. Disponible en:
[4] Peña Nieto, Enrique, Iniciativa de Decreto por el que se reforman los artículos 27 y 28 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos [PDF] México, 2013, p. 4. Disponible en
[5] Videgaray, Luis, “Un nuevo régimen fiscal para PEMEX” Reforma, México, 15 de agosto de 2013, Sección: Opinión, p. 11.

lunes, 24 de octubre de 2011

Frente a la podredumbre electoral: Crítica, organización y acción.

A la comunidad universitaria de la FCPyS:

El olor de la podredumbre es inconfundible. Ni al más impasible de los estudiantes le resulta indiferente. Este es el legado del presente proceso electoral universitario. Planteamientos demagógicos dignos del más desembarazado gatopardismo; propuestas fantasiosas que rayan en el absurdo; subordinación de las justas inquietudes estudiantiles a los opacos intereses de camarillas y partidos; arteros ataques y deshonrosas provocaciones que evidencian la desmesurada avidez por los cargos más insignificantes. Hasta los más bienintencionados son arrastrados por el penoso espectáculo. Una cosa ha quedado clara: aquellos que aún nos suponemos poseedores de un dejo de humanidad, no podemos sujetarnos a la pesadez de ese ritmo que nos pretenden imponer los advenedizos y los ambiciosos.  

No obstante, ¡qué ingenuo sería pretender que tan penoso situación es producto exclusivamente de los caprichos e intrigas de esos pocos que han hecho de la rapacidad  y el abuso la más notoria de sus particularidades! Somos copartícipes en la inútil fragmentación y la indolente inacción que ha caracterizado a amplios sectores de la comunidad estudiantil. Diferir la participación política a las coyunturas electorales equivale a ser omisos sobre los cuestiones de fondo que lastran nuestro presente.

Atendiendo a todo ello, INVITAMOS A LA COMUNIDAD ESTUDIANTIL A REORGANIZARSE, A REPLANTEARSE SU RAZÓN DE SER, A REINVENTARSE CON MIRAS A CONVERTIRSE EN ARTÍFICE DE SU PROPIO DESTINO. Porque de nada sirve abandonarse a la inevitabilidad de los hechos; el estudiante crítico y políticamente activo no se contenta con dejarse llevar por las coyunturas, sino que se empeña en generarlas.

Proponemos como punto de partida los siguientes temas:

Reformular el papel que el estudiante ha de desempeñar tanto al interior de esta facultad, como al interior de la Universidad y de la sociedad misma. No es contentándonos a observar cómo las cosas habrán de cambiar, sino atreviéndonos a actuar y a organizarnos.

Conformar mecanismos más democráticos y eficientes de organización estudiantil para contrapesar los intereses facciosos que menoscaban la cotidianidad al interior de nuestra Universidad. Con ello se pretende tanto reformular los espacios de organización extra-institucionales, como las instituciones mismas a través de las cuales hoy se toman las decisiones al interior de esta Universidad; instituciones que hasta el día de hoy permanecen sujetas a los intereses de añejas camarillas, y de las cuales amplios sectores de la comunidad universitaria permanecen relegados.

Replantear el papel que la Universidad ha de desempeñar frente a la sociedad como antítesis de la lógica de mercado.  Frente a aquellos que pretenden anclar la investigación y la academia a las exigencias del mercado, nosotros oponemos la construcción de un proyecto donde la Universidad se presente como el cuartel por antonomasia de aquellos que se rehúsan a ver en la educación una mercancía más. Porque si los universitarios nos rehusamos a fungir como simples personeros de los oligarcas, resulta ineludible cuestionar el porqué de la supuesta inevitabilidad del presente sistema económico, así como construir alternativas a éste.